Historia de Cosquín

Cosquín tiene su origen como asentamiento indígena de Henia – Camiare Comechingones. Aborígenes sedentarios, no guerreros, barbados y cantores que vivieron en progreso hasta la llegada de los conquistadores. Los restos arqueológicos hallados en las sierras cordobesas indican una antigüedad de cinco milenios.

En al año 1573 (año de la fundación de la ciudad de Córdoba), Jerónimo Luis de Cabrera manda una expedición a explorar el valle de Camin Cosquín (Pueblo de hombres junto a la sierra). Lorenzo Suarez de Figueroa fue el primer español en recorrer el valle censando indios. Este era el encargado de repartir tierras y siervos. Las divisiones se hacían en estancias, solares, postas y mercedes. Cosquín fue nombrado puesto, siendo su primer encomendero el mismo Cabrera.

En 1625 es otorgada la primera merced de estas tierras al capitán Luis de Tejeda y Guzmán, las mismas pasan en trueque a Baltasar Gallego, quien inicia la Estancia Cosquín. Posteriormente en 1808 Manuela Luján de Funes hereda la Estancia Cosquín y esta pasa a su hija Elena Funes, quien se casa con Felipe Gómez.

En 1817 la Comunidad Indígena de Cosquín recupera parte de sus posesiones comprando a los padres Betlehemitas las tierras de las Tunas y San Buenaventura. Pasando de ser un pasaje, a pueblo, el 4 de agosto de 1876 se funda la Villa Cosquín, por el decreto del superior gobierno de la provincia. Así a fines de siglo XIX, integrantes de familias pudientes de Buenos Aires y Córdoba tenían su casa-quinta de veraneo en Cosquín.

De esta manera en 1890 por decreto provincial se convoca a la primera elección del intendente de Cosquín, saliendo elegido Facundo Bustos. Fue por 1900 cuando “el médico porteño Enrique Tornú llegó a respirar las bondades del aire del Valle de Punilla y, en Cosquín, profundizó estudios climatológicos. Su recomendación del clima del lugar como benefactor para los enfermos de tuberculosis fue un punto de partida para lo que sería la nueva característica del pueblo.” (Santiago Giordano. “Había que cantar…” 2010)

En el año 1938 se concluye con la construcción del Hospital Domingo Funes, que sería el destino de una legión de fantasmas desterrados de sus pequeñas patrias. Estas personas excluidas de los códigos de la sociedad, fueros estigmatizadas de diferentes maneras y negadas de toda cercanía física.

Será el día 28 de agosto de 1939 cuando se eleva a Cosquín a la categoría de Ciudad, por decreto provincial n° 3829. Recién entrada la década del 40 comenzó a llegar uno de los grandes descubrimientos de la ciencia del siglo XX: los antibióticos. De modo que solo bastaban tratamientos ambulatorios para derrotar al mal y convertir a aquellos espectros en caras saludables. Pero el estigma de los tuberculosos había dejado a Cosquín al margen de la creciente avalancha de turismo que llegaba al Valle de Punilla, incentivados las bondades de los paisajes de la provincia. Entre un grupo entusiasta de vecinos coscoínos se dio nacimiento de esta manera a lo que sería la identidad de un pueblo: el Festival Nacional de Folclore, que marcó su origen en enero del año 1961. Instituyéndose en 1963 mediante el decreto de ley n° 1547, a la última semana del mes de enero como Semana Nacional del Folklore, y estableciendo como sede de tal celebración a la Ciudad de Cosquín.

Leyenda de Cosquín

En las primeras décadas del año 1500, luego de producirse el derrumbe del Imperio Inca por las fuerzas de los conquistadores españoles que llegaron a América, se produjo la inmigración masiva de esa raza milenaria rumbo hacia nuevos horizontes en busca de paz y tranquilidad. Cargaron en las alforjas de sus mulas todo lo que pudieron de sus fabulosas riquezas. A partir de entonces, los españoles destacaron una expedición al mando de Jaime de Aragón, hacia la avanzada más austral del imperio, con el propósito de arrebatarle las riquezas y los tesoros que llevaban consigo en el éxodo. Esa avanzada más austral era lo que es hoy, la hermosa y progresiva ciudad de Cosquín, en las sierras de Córdoba. Se halla enclavada en un valle en forma de península, bordeada por el Río Yuspe, que nace en la cima de las Sierras Grandes coronada al este por el Cerro Supaj Ñuñú (Seno de Virgen) hoy Cerro Pan de Azúcar. Sus maravillosos paisajes, la frondosidad de sus algarrobos y su reconfortable clima la convertían en un oasis, hecho que explica porque la raza indígena pobladora de esta zona era extremadamente pacífica. Fue así que en el año 1526, comienza a llegar a Cosquín por medio de los Chasquis, las primeras noticias que desde el Alto Perú venían bajando seres de otros continentes, vestidos con ropas brillantes y acorazadas. Esta situación despertó la preocupación y el alerta de los habitantes del poblado, los que, comandados por el Camin (Jefe), implantaron una severa vigilancia que duró nada menos que nueve años. Hasta que una mañanade primavera, mientras alegres muchachos se bañaban en la desembocadura del Ampa Tomayo (Arroyo que baja del Cerro) se produjo lo que se temía. Por primera vez llegaban a Cosquín los conquistadores españoles, bajando por el noroeste, después de haber pasado por el pueblo de Ayanpitin, en Pampa de Olan. Durante el primer período de permanencia de dicha expedición, los indígenas tuvieron que soportar cualquier cantidad de abusos, malos tratos, explotación y sometimiento de sus mujeres, creando un clima de disconformidad y reacción en Camin Cosquín, hombre alto y robusto, quien vivía con su hermosa esposa, Cosco-Ina. La belleza de Cosco-Ina despertó la codicia de un oficial español, quien no perdía ocasión para cortejar con sus pretensiones amorosas a dicha india. Y fue así, que al enterarse Camín se enfrentó con el oficial en franco dueño, dándole muerte. La reacción de la patrulla expedicionaria fue inmediata, ordenándose la captura de Camin, quien fue perseguido por las sierras varios días. Por la Quebrada de los Leones trepó la sierra y enfiló hacia el Cerro Supaj Ñuñú donde fue acorralado. En desventaja para la lucha se defendió arrojando grandes piedras por las pendientes las que tuvo a los españoles en jaque por varias horas. Esta situación no podía durar mucho tiempo, hasta que al final, no teniendo otra alternativa, decidió tomar la medida más extrema, prefiriendo la liberación a cambio de su vida y tomando por la pendiente en desenfrenada carrera, llegó al borde de los enormes despeñaderos ubicados en la ladera norte y, como si fuera un cóndor, con ímpetu se arrojó al espacio, para luego desplomarse en el abismo, donde encontró la muerte. Por unos instantes todo fue silencio. Solo se oía el viento entre los riscos y el murmullo del arroyo en el fondo de la honda quebrada, donde yacía su cuerpo inerte. Cosco-Ina, con la esperanza de volverlo a ver, permaneció expectante durante varios días. Con su mirada hacia el cerro que, con su muda imponencia, parecía dictar la sentencia de un mal presagio. Entre tanto se producía el regreso de los perseguidores de Camín, con los cuales esquivo el encuentro presintiendo una mala noticia que no quería escuchar ni concebir. Fue así, que Cosco-Ina decidió alejarse del lugar, encaminándose hacia las montañas con el propósito de encontrar a su amado y escapar juntos. Durante varias jornadas deambuló por cerros y quebradas, exclamando a cada paso, con todos las fuerzas de sus pulmones, el nombre de su dueño, sin obtener ninguna respuesta; hasta que en las posmetrías del tercer día, se dirigió hacia la cumbre del Supaj Ñuñú, con el fin de obtener más campo de observación; al tiempo que se derrumbaba una esperanza, una idea se iba encarnando en ella: encontrarlo vivo o morir junto a él. Mientras ascendía la empinada cuesta una ansiedad infinita la impulsaba a trepar cada vez más y más rápido. Cuando de pronto, una bandada de jotes, que planeaban en círculos sobre un punto fijo y el norte del cerro, la hizo estremecer. Y presintiendo la tragedia, corriendo bajó hasta el borde de los abruptos despeñaderos, y agudizando la mirada pudo ver, horrorizada, lo que no quería ni siquiera comprender: el cuerpo de su amado que yacía en el fondo de la quebrada. Abatida y sin consuelo, permaneció inmóvil largo tiempo, mientras que el dolor le carcomía el alma, y entre cortados sollozos que la ahogaban, la aferrada idea se convertía en decisión: morir junto a su amado. Ya era muy tarde, el sol en el ocaso caía detrás de las Sierras Grandes, cuando Cosco-Ina, a modo de despedida, observó por última vez su terruño, y en un lastimero y largo grito exclamó “…Camin…” Y abriendo los brazos como intentando un planeo, saltó al vacío para ir al encuentro de su amor perdido. Esta vez hubo silencio. El eco de las montañas repitió por mucho tiempo aquel grito lastimero: “Camin…Camin… Camin” Mientras la penumbra de la noche iba cubriendo con su poncho aquel lugar. Allá en lo alto dos cóndores se elevaban hasta perderse en la inmensidad celeste de ese diáfano cielo de las sierras cordobesas. Desde entonces, al llegar la primavera, a orillas del arroyo de cantarinas aguas que vierten de los cimientos del majestuoso Supaj Ñuñú, las acacias rojas se cubren con sus racimos granates, como si fueran gotas de sangre, que se derramaron aquella vez en aras del amor, de la libertad y la fidelidad…