NUestra historia
Desde los primeros pobladores hasta la llegada de los españoles.
(escrito por el concejal Andrés Juárez)
Mucho antes de que el territorio de nuestro ejido municipal recibiera el nombre de Cosquín, ya se encontraba habitado por distintas comunidades humanas que a lo largo del tiempo poblaron sus paisajes. Una de las características de los pueblos que habitaron la región antes de la llegada de los españoles es su gran movilidad en el territorio. Por lo que la Historia “de Cosquín” en este período no puede entenderse como separada a la historia “de las Sierras de Córdoba”. A pesar de la gran movilidad y de la existencia de períodos con mayor o menor presencia de personas, podemos trazar una continuidad desde los primeros asentamientos hasta el presente.
Investigaciones realizadas en la última década han confirmado la presencia humana en las Sierras de Córdoba durante finales del periodo geológico conocido como “Pleistoceno”, que se extendió hasta hace aproximadamente 11.000 años (Recalde y Rivero, 2008). La Arqueología ha podido datar poblamientos en sitios cercanos a nuestra ciudad entre aproximadamente 11.000 y 9.000 años de antigüedad. Entre ellos podemos mencionar el sitio “El Alto 3”, ubicado hacia el suroeste, en la Pampa de Achala, y el sitio “Cuevas de Candonga” ubicado al noroeste, en las sierras chicas. La ubicación de Cosquín entre ambos territorios nos permite inducir un poblamiento similar para esta zona.
En función de los distintos modos de adaptación y especialización tecnológica de las sociedades que habitaron las Sierras de Córdoba antes de la Conquista española, los arqueólogos han dividido los períodos en cuatro. Un primer momento en la transición del Pleistoceno al Holoceno, entre 11.000 y 8000 años antes del presente (AP), un segundo período en el “Holoceno medio”, entre 8000 y 4200 años AP, un tercer período en el “Holoceno tardío inicial”, entre 4200 y 1500 años AP, y un cuarto período, desde aproximadamente el siglo V d.C y el siglo XVI d.C, cuando llegaron los españoles al actual territorio de Córdoba (Recalde y Rivero, 2008).
Se cree que los primeros grupos que se establecieron en la zona provenían de las llanuras bonaerenses-uruguayas. Consistían en pequeños grupos, que se desplazaban grandes distancias por el espacio serrano y subsistían principalmente mediante la caza de grandes mamíferos, como los guanacos o algunos ciervos, e incluso la megafauna ya extinta. Algunos vestigios tecnológicos que nos han llegado de ellos son las puntas de flecha conocidas como “cola de pescado” (Recalde y Rivero, 2008).




Los asentamientos de estos primeros grupos no lograron consolidarse en el territorio. La escasa densidad poblacional, el aislamiento respecto a otros grupos y la limitada frecuencia de nuevos asentamientos habrían dificultado la continuidad biológica y cultural, generando una impronta arqueológica mínima. Un hiato de aproximadamente 1800 años separa dos momentos claramente distintos: uno inicial con baja intensidad de ocupación y otro posterior con una señal arqueológica más fuerte, lo que sugiere procesos de retracción, extinción local o colonización fallida de nuestras sierras (Rivero, 2012).
Durante el segundo período (8000-4200 AP) se produce una nueva colonización, con grupos de población más grandes provenientes de la región de los Andes Centrales (actual Noroeste argentino, suroeste de Bolivia y Sur de Perú), (Rivero y Berberián 2006) que también habría colonizado las regiones de Cuyo. Estas poblaciones subsistían también mediante la caza de guanacos y ciervos, aunque sumaron además vertebrados más pequeños, como cuises y tuco-tucos o algunas especies de aves. De la caza obtenían también cueros, hueso y astas para la confección de vestimenta y de elementos de uso cotidiano. Practicaban además la recolección de frutos silvestres de especies como el algarrobo y el chañar y otros recursos como los huevos de ñandú. Estos pueblos emplearon lanzas con puntas de piedra de forma lanceolada o de “hoja de laurel”, conocidas como “puntas ayampitín” a partir de la denominación que les diera Rex González (1960), arqueólogo pionero de las investigaciones prehispánicas en nuestra provincia. Estas lanzas eran arrojadas manualmente o mediante un propulsor (Recalde y Rivero, 2008). Estos grupos habitaron las sierras desplazándose entre regiones, en función de la disponibilidad de los diferentes recursos que obtenían, estableciendo asentamientos estacionales. Además, forjaron redes de reciprocidad entre pequeños grupos, para el intercambio de bienes e información y formar parejas (Recalde y Rivero, 2008).
El tercer período (4200-1500 AP) se caracteriza por cambios climáticos que volvieron a la región más húmeda, reduciendo los pastizales y posibilitando la proliferación de bosques. Esto redujo el hábitat de guanacos y siervos y obligó a las comunidades de las sierras de Córdoba a readecuar algunos mecanismos de subsistencia. Las puntas de proyectiles fueron reemplazadas por pequeñas puntas triangulares que primero se usaron en lanzas arrojadas con propulsores y más tarde en flechas lanzadas con arcos. Los grandes mamíferos siguieron siendo parte de la dieta, pero se añadieron pequeños mamíferos y, fundamentalmente vegetales. Esto puede observarse en el notable aumento de artefactos líticos pulidos, vinculados al procesamiento de vegetales como molinos planos o “conanas”, morteros y manos de moler (Recalde y Rivero, 2008).
Los nuevos modos de subsistencia permitieron comunidades más grandes e hicieron que las distancias de traslado de los grupos se redujeran. La movilidad residencial persiste como estrategia social, pero existe una mayor permanencia en los sitios, es decir que los grupos volvían a los mismos espacios y pasaban allí más tiempo. Esto no implicó que no existiera intercambio con territorios más lejanos, por el contrario, las redes de intercambio se ampliaron. La presencia de granos de maíz anteriores a la introducción de la agricultura solo puede explicarse mediante el intercambio con comunidades agrícolas. También prueba de ello son los colgantes y adornos elaborados con moluscos provenientes del Río Paraná o la Costa Atlántica que se han encontrado. (Recalde y Rivero, 2008).
Durante este período surgen también los primeros indicios de expresión simbólica en la zona: surge el arte rupestre destinado a delimitar algunos sitios de caza y producción, y aparecen enterratorios característicos de sociedades que no realizan traslados frecuentes, vinculados con rituales para reforzar la pertenencia al territorio. La mayoría de ellos eran enterramientos simples, pero diferentes ajuares funerarios encontrados dan cuenta de que en este período se produjo algún tipo de diferenciación social: nuevos tipos de roles, posiciones e identidades personales, relacionadas con campos como la gestión política, ritual o de redes de intercambio (Recalde y Rivero, 2008). Hacia el final del período se introducen nuevas tecnologías, como los arcos y un incipiente uso de la cerámica, que se profundizará en el período posterior.
Izquierda: Punta “Cola de Pescado” fracturada en su base, hallada en las márgenes del lago San Roque. Derecha: Representación de una punta similar completa.
Puntas de proyectil lanceoladas, “ayampitín” o “hojas de laurel”.
Estatuilla antropomórfica del Período Prehispánico Tardío encontrada en Cosquín. Museo de Antropologías UNC.
El cuarto y último período previo a la llegada de los españoles, es el que va desde aproximadamente el siglo V al XVI de nuestra era. Este período se caracteriza por la introducción de nuevas tecnologías. Entre ellas ya mencionamos la alfarería: los pueblos que habitaron esta región elaboraron distintas clases de objetos de arcilla, desde urnas y vasijas para la cocción y conservación de alimentos, hasta estatuillas rituales con figuras humanas y animales (Laguens y Bonnin, 2009). Varias de estas estatuillas fueron encontradas en el territorio del ejido de Cosquín.
Otra tecnología importante que los pueblos de la región comenzaron a utilizar en este período fue la agricultura. La agricultura que utilizaban los pueblos de la zona era de pequeña escala y de baja tecnificación. Realizaban agricultura a secano, es decir, dependiente solo del agua de las lluvias. Este tipo de práctica agrícola posibilitó que siguieran manteniendo algunas de sus prácticas de movilidad de períodos previos. A diferencia de otras sociedades agroalfareras sedentarias, los pueblos de las sierras de Córdoba continuaron sus prácticas de movilidad por los territorios y obteniendo recursos silvestres de la casa y la recolección (Recalde y Rivero, 2008). Los arqueólogos y las fuentes españolas no se ponen de acuerdo sobre la existencia de ganadería de llamas en estos pueblos.
En este período, y vinculado a la adopción de la agricultura surgen las «casas pozo». Se trataba de viviendas construidas a partir de un hoyo rectangular, bastante grande (entre 6 a 8 m de largo por 5 de ancho y 1,20 m de profundidad), cuyas paredes constituían los muros de la habitación que formaban un solo ambiente, sin divisiones internas, aunque sí con sectorizaciones en su interior. Contra los bordes del recinto, cercanos a las paredes, se colocaban postes para sostener el techo, a veces reforzados por otros postes en el exterior o por un poste central, para luego cubrirlo con paja (Laguens y Bonnin, 2009). En el interior de ellas también se producían incluso enterramientos de familiares fallecidos.
En este período las comunidades mantuvieron y reforzaron sus lazos sociales, políticos y territoriales. Las fuentes españolas nos hablan (a veces despectivamente) de prácticas colectivas conocidas como “juntas o borracheras”. Se trataba de reuniones, desarrolladas fuera de los asentamientos, en zonas de recursos clave como aguadas y algarrobales, que funcionaban como espacios rituales de integración, memoria y reafirmación de lazos y jerarquías, a menudo involucrando a cientos de personas. Pero en este período la arqueología también da cuenta de mayores tensiones. La necesidad de definir territorios y sostener alianzas, en un marco de creciente presión demográfica y expansión económica, derivó en conflictos entre distintos grupos. La arqueología revela huellas de estas disputas en escenas de arte rupestre y en entierros que evidencian muertes violentas (Pastor et al., 2012).
Las representaciones de arte rupestre durante este período adquirieron una notable expansión. Un ejemplo de ella, presente aún en nuestro ejido es la “Piedra grabada de San Buenaventura”, ubicada a metros del dique que abastece de agua a nuestra ciudad, sobre el Río Yuspe. Aunque se inscribe dentro del universo simbólico local, su estilo y algunas de sus representaciones remiten también a tradiciones andinas, revelando la presencia de un código visual foráneo dotado de un alto prestigio y capital simbólico. Esta obra da cuenta de los vínculos de larga distancia que tenían las comunidades de la región y pudo haber sido realizada por individuos locales con conocimientos técnicos e iconográficos adquiridos de fuera, posiblemente en contacto con zonas de influencia del mundo Incaico (Pastor y Tissera, 2015).

Motivos en la Piedra Grabada de San Buenaventura
Es común en nuestra sociedad pensar la “historia indígena” como la historia antes de la Conquista, como si de algún modo las comunidades hubieran desaparecido con la llegada de los españoles, y la nueva sociedad colonial que se construyó a partir de ese acontecimiento no tuviera nada que ver con ellos. Los modos de vida de las comunidades de la región se vieron, en efecto, afectados a principios del siglo XVI con la irrupción de la Conquista española. Sin embargo, en los próximos apartados, veremos cómo las comunidades, a pesar del impacto de la Conquista y la obligación de adaptarse a las nuevas realidades organizacionales, persistieron a lo largo del tiempo, hasta nuestros días.



Referencias:
Laguens, A. y Bonnin, M. (2009). Las sociedades indígenas de las Sierras Centrales. Arqueología de Córdoba y San Luis. Editorial de la Universidad Nacional de Córdoba.
Pastor, S., Medina, M., Recalde, A., López, L. y Berberián, E. (2012). Arqueología de la región montañosa central de Argentina. Avances en el conocimiento de la Historia Prehispánica Tardía. Relaciones de la Sociedad Argentina de Antropología XXXVII (1). 89-112
Pastor, S. y Tissera, M. (2015). Iconografía andina en los procesos de integración y legitimación política de comunidades prehispánicas de las Sierras de Córdoba (Argentina).
Recalde, A. y Rivero, D. (2018). Los primeros habitantes de la Provincia de Córdoba. En Ceballos, A., Navarro, C. y Philp M. (Ed.) Itinerarios. Recorridos por la Historia de Córdoba. Editorial de la Universidad Nacional de Córdoba. Arqueología 22(1). 169-191
Rivero, D. (2012). La ocupación humana durante la transición pleistoceno-holoceno (11,000 – 9000 AP) en las sierras centrales de Argentina. Latin American Antiquity 23 (4). 551–564
Rivero, D. y Berberián, E. (2006). El poblamiento inicial de las Sierras Centrales de Argentina. Las evidencias Arqueológicas Tempranas. Cazadores y Recolectores del Cono Sur Nº1. 127-138.
